Después de 14 meses sin poder viajar por culpa del covid, a mediados de abril, pude volver a África. Fuimos una semana a un pueblecito de Senegal donde conseguimos operar a 127 personas con cataratas. Nuestras previsiones eran menores. Fuimos invitadas por Dentistas Sobre Ruedas, una fundación de Palma de Mallorca que tiene allí base. Se trataba de un poblado de 5.000 personas. Pero difundieron muy bien nuestra llegada y vinieron pacientes de pueblos de los alrededores. Fue como un renacer que nos ha dado el impulso que creíamos haber perdido. A finales de junio nos vamos a Mozambique; en agosto, a Uganda; en septiembre, combino un congreso al que tengo que ir a Buenos Aires con una expedición a la región de Salta, al norte del país, donde también necesitan nuestra ayuda. Y la primera semana de noviembre nos vamos a San Salvador. Tenemos un año completo.
Soy la presidenta de una fundación que lleva mi nombre, ONG dedicada a la lucha contra la ceguera evitable causada por las cataratas en países en vías de desarrollo. Siendo una Barraquer, parecía inevitable que acabara dedicándome a la oftalmología. No siempre fue así. En mi época, en Medicina las mujeres no éramos más del 25% del alumnado. Todo el mundo esperaba que mi hermano siguiera con la tradición. Pero a mí me encantaba. Me fascinaba ver a mi padre y a mi abuelo trabajando. Le dedicaban tantas horas que yo pensaba que lo que hacían debía ser bueno por fuerza. Nunca sentí la obligación de seguir su senda, pero tampoco tuve dudas a ese respecto. Aunque durante una época me interesó mucho la Medicina interna, donde la investigación tiene un peso mucho más determinante. Esa pasión por la medicina interna, en cambio, no me duró más que seis meses.
Cuando acabé la especialización me fui a estudiar a Estados Unidos con una beca de investigación. Me tiré a la piscina: nunca había hecho investigación ni sabía inglés, porque entonces se estudiaba francés en la escuela. Pero intuí que aquello sería diferente. Iba para dos años y me quedé 11. En aquella época, mediados de los setenta, Estados Unidos era otro mundo. La investigación estaba mucho más desarrollada que en España. Ahí abrí los ojos en muchos aspectos. No fui una pionera, pero sí. En Estados Unidos éramos ocho residentes por año; de estos, dos chicas y seis chicos. Pero nunca me sentí pionera ni me comparaba con nadie. Hacía lo que quería hacer. Siempre he sido muy testaruda y terca y no paro hasta conseguir lo que quiero. Y lo que quería era ser oftalmóloga. Recuerdo que cuando estaba haciendo investigación, en el National Institute of Health, en Washington, un grupo de oftalmólogos organizó una expedición solidaria a Haití. Me apunté. Sabían que venía de una familia de oftalmólogos y me invitaron a unirme a ellos. Me encantó la experiencia pero no pude repetir una vivencia similar hasta el año 2004, cuando, después de vivir en Estados Unidos e Italia ya estaba de vuelta en España. Cuando eres residente es muy difícil unirte a expediciones, luego me casé, a los dos años nació mi primer hijo… Sucedió todo un seguido de cosas a las que no quería renunciar y adapté mi trabajo para poder disfrutar de mis hijos.
La Fundación Elena Barraquer surge de la fundación madre, la Fundación Barraquer. Durante 13 años fui su directora ejecutiva. En aquella época hicimos casi un centenar de expediciones asistenciales, principalmente a África, pero también a Asia y América Latina. En 2017, la Fundación Barraquer decidió concluir sus misiones asistenciales en el extranjero para centrarse en su labor en nuestro país. Yo siempre he creído que por mal que estemos aquí, en los países en vía de desarrollo están mucho peor así que creé la Fundación Elena Barraquer para seguir con las expediciones asistenciales en esos países. Hay más: hemos creado una plataforma para que oftalmólogos de todo el mundo que no pertenezcan a [la clínica] Barraquer puedan sumarse a mis expediciones, o bien pueden realizar ellos las suyas propias, en cuyo caso nosotros ponemos a su disposición toda nuestra infraestructura. Hay que concienciar a la oftalmología de que se pude hacer y de que pueden contar con nuestra ayuda para hacerlo. Hay mucha gente ciega por cataratas, que no deja de ser un problema con solución. Con una operación, podemos devolver la vista a muchas personas.
Me encantan África y su gente. Me parecen gente sencilla y buena, sin maldad. Además, es el continente que más ayuda necesita. Tienen oftalmólogos muy capacitados, pero una operación de cataratas es muy cara para un país subdesarrollado: es una cirugía que no se puede permitir ni un africano de clase media. Para conseguir financiación para nuestras expediciones tenemos una tienda solidaria. Todo el material que vendemos es donado por empresas y particulares, las dependientas son voluntarias y con lo que obtenemos en la tienda, ya podemos pagar todos los gastos administrativos de la fundación. El dinero de quienes nos ayudan va directamente a nuestros proyectos. Tenemos grandes donantes, como Mango, y también más pequeños. Paralelamente a todo esto, organizamos acontecimientos como torneos de golf, cenas, mercadillos… A todo esto, hace dos años, a raíz de un premio que me dieron en el Instituto Español Reina Sofía, decidimos registrar la Fundación Elena Barraquer en Estados Unidos. Así damos facilidades a nuestros amigos donantes americanos.
Yo, personalmente, he realizado 76 expediciones, pero la fundación, en total, unas 127 o 130. Y estas, cuantificadas en vistas recuperadas son unas 25.000 cirugías. El cometido de la fundación cobra especial significado con los niños. Es muy triste verles cuando tienen cataratas congénitas o traumáticas. Hay algunos que no han aprendido a ver y cuando llegamos, la mejora es muy menor. Pero todo avance es positivo. Soy partidaria de operar siempre que haya una mejora, por pequeña que sea. También es verdad que las cataratas afectan especialmente a adultos. Son como las arrugas nadie se salva de ellas. En África, por cuestiones sanitarias como puede ser una infección mal curada, las cataratas pueden desarrollarse a los 40 o a los 30 años. Esto, y la exposición al sol y la malnutrición, está probado que aumenta el desarrollo de la catarata. Pero incluso si operamos a un anciano, también beneficiamos a los más pequeños. Porque si un anciano se queda ciego, deberá quedarse en casa, y con él una niña, porque siempre suelen ser niñas, que lo cuide. Ahora, uno de los retos de futuro más inmediato para la fundación es intentar operar 1.000 cataratas en una expedición que realizaré con cuatro cirujanos más a Dakar, la capital del Senegal.
«Operé a una abuelita que con un solo ojo vino caminando durante tres días agarrada a un palo que sujetaba su nieto. Cuando acabamos la operación le dimos un Ferrero Rocher. La cara de esta mujer comiéndose el bombón no tiene precio.»
Elena Barraquer
He vivido infinidad de experiencias emotivas con las expediciones. La primera que hicimos fue a Kenia, en octubre de 2017. Fuimos al norte del país, a una región habitada por la tribu nómada de los samburus. Operé a una abuelita que con un solo ojo vino caminando durante tres días agarrada a un palo que sujetaba su nieto. Cuando acabamos la intervención le dimos un Ferrero Rocher. La cara de esta mujer comiéndose el bombón no tiene precio. Y en Angola, el año 2018, operé a una niña de 18 años, porque con esa edad sigue siendo una niña, que tenía un bebé de un año y medio. No lo había podido ver nunca. No lo conocía. En un ojo tenía una catarata con desprendimiento de retina. No pudimos hacer nada. En el otro una catarata inmensa. El día que la operamos, al acabar la operación, le enseñé mi mano y le pregunté cuántos dedos había. Le cambió la expresión. Paso de ver solo luz a poder contar los dedos que tenía delante. Esto es lo que me hace volver, y volver, y volver.
Lo primero en que me fijo de una persona es su mirada, más ahora con las mascarillas, que no hay mucho más que ver. Cuando era joven me gustaba cantar. Teníamos un grupo. Nos juntamos con unos chicos que también cantaban. Uno de ellos era bizco y no se me ocurrió otra cosa que decirle que uno de sus ojos miraba raro. Acabamos saliendo durante dos años.
Paulina Beato, que fue quien os propuso mi nombre. Es una mujer que cree firmemente que tenemos que apoyarnos entre nosotras para avanzar en igualdad. Somos muy amigas. Nos hemos reído mucho juntas. Yo os propongo a Inés Cuatrecasas. Inés fundó una empresa de moda en Ruanda. Toda la producción la realiza en África y tiene tiendas en Nairobi, Mumbasa, Sudáfrica, la misma Ruanda… Todos los beneficios de su empresa retornan a África. Hace una labor brutal.