En aquel lejano 1982, la imberbe España democrática se abría al exterior con su primer evento mediático: el Mundial de Fútbol. Sin embargo, tras los folclóricos souvenirs y el pintoresco diseño de la mascota Naranjito, otro país distinto rebullía de efervescencia creativa. Eran los días del pop tecno de La Mode, el cine experimental de Iván Zulueta y la agitación de una escena artística –alternativa y rompedora– que asomaba su mascarón de proa entre la niebla ceniza del pasado.
Aquel mismo año se inauguraba en Madrid la primera edición de ARCO, gracias –en gran parte– al impulso tozudo de Juana Domínguez Manso, más conocida como Juana de Aizpuru, galerista, pionera del coleccionismo de arte contemporáneo en España y figura fundamental del panorama cultural nacional del último medio siglo.
Nacida en Valladolid en 1933 (su familia se trasladó pronto a la capital), se casaría con apenas 22 años con Juan Aizpuru, un ingeniero de montes que fue destinado a Sevilla tras la boda. Allí, en el ombligo de Andalucía, ella comenzaría una discreta labor de marchante de arte, abriendo en 1970 su propio local: la galería Juana de Aizpuru, en la céntrica calle Canalejas (todo un hito personal, teniendo en cuenta que era mujer y que España aún se agitaba bajo los postreros coletazos del franquismo).
A partir de 1977, realiza una destacada tarea de mecenazgo entre los jóvenes artistas andaluces, creando la beca Juana de Aizpiru. En 1979, además de viajar por primera vez a la feria de Basilea (Suiza), organiza una destacada muestra en El Cairo y Alejandría (Egipto), donde exhibe la obra gráfica de artistas como Miró, Tàpies o Chillida.
Pronto detecta la desolada inmensidad que separa nuestra realidad de la del panorama internacional. Las galerías, las ferias, la presencia en los medios, el aspecto mercantil… «Había que hacer algo por incorporarnos al mundo«, recuerda en una entrevista. En plena Transición política, dialoga con diversas instituciones y les propone crear una feria de arte contemporáneo en España, una similar en hechuras a las que ella visita habitualmente en el extranjero: moderna, ambiciosa y consecuente con la imagen que se pretende enviar al exterior.
Reivindicada como auténtica fundadora e ideóloga de ARCO, Juana prefiere matizar y considerarse «una de ellas». Siempre ha destacado la aportación fundamental de otros dos nombres más: Adrián Piera (presidente de la Cámara Oficial de Comercio de Madrid y principal impulsor de Ifema) y Enrique Tierno Galván, el entonces alcalde de la villa.
Aquella edición inaugural de 1982 tuvo como sede el pequeño Palacio de Exposiciones de la Castellana y dio a conocer a la opinión pública
–por primera vez– las hoy ya familiares siglas de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid (ARCO). Juana de Aizpuru sería además su directora hasta 1986, cuando decidió dimitir tras recibir las inevitables críticas del sector (ARCO y la polémica, un matrimonio reñido que lleva ya cuatro décadas de fructífera relación).
Aprovechando el impulso, en 1983, Juana de Aizpuru abre galería en Madrid, en la calle Barquillo 44, donde aún hoy permanece (en 2004, cerraría el espacio de Sevilla). Desde entonces, su fama, reconocimiento y prestigio profesional no han hecho más que crecer y consolidarse: medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes en 1997 y creadora de la Bienal Internacional de Sevilla –BIACS– en 2003, en 2008 recibiría la insignia de Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras de manos del embajador de Francia.
Denominada a veces como Juana de ARCO, su icónico look de cabello incendiado ha iluminado con su tono arrebol los abigarrados pasillos de la feria, ya sea inspeccionado un stand, asesorando a algún comprador o dejándose imbuir por esa tupida muchedumbre que cada año recorre esa pequeña esquina del arte que ella misma ayudó a crear.