En la universidad norteamericana donde soy catedrática trabajo con colegas y alumnos de todo el mundo, con una pluralidad de religiones e identidades. Con mis idas y vueltas a España, me he fijado que las pautas que se han ido desarrollando allí (EE.UU.) para crear un mundo más inclusivo, a veces parecen exageradas o represivas a ojos españoles, y preguntan atónitos: ¿cómo es posible que ya no se vea bien que un colega comente «qué guapa estás hoy», «qué chaqueta (blusa, falda) más bonita»? ¿Por qué no puedes darle un beso ni un abrazo a un estudiante?
Con la pandemia, las costumbres se congelaron. Los saludos se eliminaron, o quedaron en sonrisas de anuncio de pasta de dientes, por lo menos para los que no estábamos dispuestos a hacer reverencias ni el gesto del codo, algo que producía una risa nerviosa, no por la alegría de por fin estar con otros, sino por iniciar la ‘vuelta a la normalidad con un choque de codos que no habíamos hecho jamás en la vida.
A diferencia de España, donde el saludo tradicional son los dos besos (costumbre que ha dejado perplejos y torpes a incontables extranjeros) en los Estados Unidos siempre se ha dado la mano, y recuerdo las costumbres de la precavida Hilary Clinton con un gel antiséptico tras dar la mano a miles de personas mientras hacía campaña (malograda) para la presidencia, o de Donald Trump, que no da la mano a nadie. También hay un medio abrazo, distante y hueco, y entre hombres las palmaditas en la espalda.
Dentro de una misma cultura, los códigos cambian según el sector. Tras ver la victoria de la Selección Femenina de España en la Copa Mundial Femenina de Fútbol del 2023, pensé que el deporte es un mundo aparte. Allí estaban en el palco VIP la Reina Letizia, la Infanta Sofía orgullosas de haber viajado hasta Australia para presenciar el partido y el éxito del equipo español. Este no acababa de ganar cuando la alegría se enturbió por los gestos del ahora ex-presidente de la FIFA. Lo triste de estos gestos es que robaron el protagonismo a las únicas que se lo merecían: las jugadoras victoriosas.
Qué pena, que en la vida haya que ganar perdiendo o perder ganando como decía María Luisa Elío. Qué lastima que un momento tan glorioso para España en la prensa internacional se haya visto ensombrecido por una falta de respeto a una mujer joven y llena de talento, y de las demás mujeres presentes o meras espectadoras.
Pero no por eso hay que señalar a España como un país retrogrado en su actitud hacia las deportistas. La última noticia de la BBC es que a partir del beso y sus consecuencias se ha marcado un antes y un después en el comportamiento entre hombres y mujeres en España. Es posible. Pero como también ha dicho Andrei Marvovits, especialista en el deporte femenino y entrevistado sobre el tema para el New York Times: «Los españoles no son la excepción. Son la norma».
El episodio me hizo recordar un maravilloso estudio sobre las mujeres excluidas de la historia de la literatura inglesa. Anna Beer dice que no hay obra de una mujer escritora de las épocas de Shakespeare o Milton que no fuera fusilada, apropiada, desdorada, censurada o destrozada por un hombre. Por eso no son más conocidas no porque no existían, como se ha dicho a menudo de las mujeres en la historia. Quizás en el fondo mis dos culturas, la española y la norteamericana, a pesar de las apariencias no sean tan distintas. Puede que eso sea lo preocupante.
Soledad Maura es escritora y catedrática de literatura española y comparada en Williams College. Autora de varios libros como la biografía de Jorge Semprún, de Constanza de la Mora, y de la novela ‘Madrid Again’.