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Marie de Bonaparte, la princesa que estudió el orgasmo femenino hace casi 100 años

La princesa Marie de Bonaparte era la heredera más rica de Francia, pero cambió las joyas por los libros. Obsesionada con sus problemas sexuales, se convirtió en una experta psicoanalista y en una aventajada discípula de su querido amigo Sigmund Freud. Un libro recoge sus 14 años de correspondencia.

Esta historia que arranca a principios del siglo XX contiene todos los elementos que interesan en el siglo XXI: salud mental, relación homosexual, placer sexual femenino… Es la historia de Marie de Bonaparte, una de las royals más cautivadoras del siglo pasado: intelectual, millonaria, paciente y amiga de Sigmund Freud, Marie disfrutó de dos grandes pasiones en su vida, el psicoanálisis y la búsqueda del orgasmo femenino, y una tercera no menos interesante, un marido gay que siempre la quiso y nunca la amó, el príncipe Jorge de Grecia, tío abuelo de nuestra reina Sofía. La editorial francesa Flammarion ha publicado Correspondance intégrale, un libro que reúne las cartas que Marie de Bonaparte —pupila— y Sigmund Freud —maestro—, se intercambiaron durante 14 años. En ellas Bonaparte repasa su infancia, sus apegos y sus miedos, y reivindica un derecho que la obsesionó de por vida: vivir una sexualidad tan libre como la de los hombres que frecuentaba

Marie de Bonaparte nació en París en 1882 y su vida discurrió entre títulos reales, amigos famosos, la II Guerra Mundial e ingentes cantidades de dinero. A pesar de sus millones, Mimi, como se la conocía, nunca estuvo interesada en comprar joyas o vestidos. Su verdadero interés consistía en leer, estudiar y aprender, no solo sobre psicoanálisis, también sobre medicina, biología e incluso astronomía.

Hija de Roland de Bonaparte, bisnieto de Napoléon, y de Marie-Félix Blanc, hija del fundador del Casino de Monte-Carlo, Mimi era una de las herederas más ricas de Francia pero fiel a ese aforismo tan manido, el dinero no le dio la felicidad. Al mes de nacer perdió a su madre a consecuencia de una embolia y su padre, obsesionado con la antropología y la botánica, se encontraba a menudo ausente embarcado en largos viajes. Fue su abuela Nina, una  señora fría y distante, “verdadera mujer fálica”, según la catalogaría su nieta más adelante, quien se ocupó de ella. De salud frágil y personalidad solitaria, Marie casi no salía de casa y creció sola en el palacete familiar, hoy convertido en el hotel de lujo Shangri-La, muy cerca de la torre Eiffel, acompañada por una sucesión de niñeras y gobernantas. Emocionalmente aislada se volcó en sus diarios donde inventó cuentos que más adelante analizaría con Freud y que publicaría tras convertirse en psicoanalista. 

Marie de Bonaparte se casó con el príncipe Jorge de Grecia, tío abuelo de la reina Sofía.

Aunque rechazó varios pretendientes un día apareció el elegido: el príncipe Jorge de Grecia y Dinamarca. “¡Nunca vas a encontrar un partido semejante!”, le dijo entusiasmado Roland a su hija, feliz de emparentar con la realeza. Ella lo acogió con el mismo entusiasmo, alabando incluso lo que no había: “Poco pelo, es casi calvo, pero, ¿qué importa? Es hermoso, rubio y sobre todo, parece tan bueno”. Marie y Jorge se casaron en 1907 y a pesar de las dificultades para consumar el matrimonio tuvieron dos hijos, Pierre y Eugénie. Omnipresente en la sociedad parisina y el gotha europeo, Marie llevó una vida intensa con amantes y relaciones amorosas, que evocó minuciosamente en su correspondencia con Freud. 

Marie se obsesionó de tal manera con el orgasmo femenino –que  no podía alcanzar–, que entre 1930 y 1931 se sometió a varias operaciones para deslizar su clítoris, tras realizar un estudio que concluía que cuanto más cerca estuviera el clítoris de la vagina, más posibilidades había de llegar al orgasmo. Años antes, y bajo seudónimo, había publicado un estudio en una revista científica, Consideraciones anatómicas de la frigidez de las mujeres.

La relación entre Marie y el psicoanalista fue de una profunda admiración y un venerado respeto salvo por un tema con el que ambos pinchaban en hueso: cuando Marie, como mujer de otra época, reivindicaba obstinada su libertad sexual, Freud, como hombre de la suya, le pedía contención y mesura. Sin éxito: “Su actitud es la de la sociedad patriarcal: el hombre se puede permitir todo, vivir con varias mujeres, ser polígamo y seguir encajando en la civilización. La mujer, sin embargo, tiene que aceptar ser el segundo plato de un hombre bígamo, sonreír y dar las gracias”. Si los ojos le dan vueltas ya se lo avisamos al principio. Esta es una historia del siglo XX plenamente vigente en este siglo XXI.