Hora de mujer

Una visita al idílico Hôtel des Horlogers, a una hora de Ginebra

En el sosegado Valle de Joux suizo, de 6.500 habitantes, más de 7.000 personas ocupan un puesto en la industria de la alta relojería. Es una región salpicada de talleres en los que cientos de artesanos trabajan tras una lupa para atornillar piezas microscópicas, o para realizar un grabado guilloché con máquinas antiquísimas. Llevan haciéndolo siglos, fabricando los mecanismos relojeros más tradicionales e innovadores y los diseños de relojes más imitados. Por eso el Valle es conocido en todo el mundo.

Los aficionados a los relojes llegan hasta aquí para visitar los talleres de los que salen los Royal Oak, los Reverso, los Reina de Nápoles y otros modelos míticos de las manufacturas que pueblan la zona, como Breguet, Blancpain, Jaeger-LeCoultre y Audemars Piguet. Y no se nos ocurre mejor manera de completar el viaje que con una estancia en el Hôtel des Horlogers, que no es el mismo que había hace cuatro años, porque lo han remodelado por completo.

Antes era un hotel de montaña, con paredes cubiertas de madera, cabeceros de cama de madera, colchas demodé, moqueta y escasa luz. Ahora es un hotelazo vanguardista digno de las más prestigiosas revistas de arquitectura. De hecho, ha sido un arquitecto estrella el que lo ha levantado, el danés Bjarke Ingels, quien ha integrado el edificio en la topografía, colocando rampas en zigzag que descienden gradualmente hacia los prados y el río Orbe.

Lo que mantiene inalterable es su historia. Desde este punto remoto de la geografía suiza, en el pueblo de Le Brassus, partía el correo hacia Ginebra, situada aproximadamente a una hora en coche, en el siglo XIX. Con él, las piezas de relojería que habían fabricado los relojeros en sus casas durante el crudo invierno, en el que quedaban aislados por la nieve. En el Valle de Joux vivían de la agricultura, pero el verano era muy corto y necesitaban otras fuentes de ingresos. Entonces no existían las marcas relojeras tal y como las conocemos hoy. Había relojeros reputados que se dedicaban a proveer de calibres a su cliente final, los minoristas de Ginebra, pero no se dedicaban al diseño de los relojes, a fabricar las cajas.

Idas y venidas

El hotel era, pues, punto de encuentro de relojeros. Había nacido como Hôtel de France en 1857, y cerró sus puertas en 2000. Tres años después, Audemars Piguet lo compró y lo reabrió en 2005 como Hôtel des Horlogers. Su estética no casaba con el espíritu moderno de la marca, así que lo volvieron a cerrar en 2016, y tardaron unos años en pensar qué concepto querían que predominara en el establecimiento, que se inauguró de nuevo el año pasado.

Podría haberse llamado Hotel Audemars Piguet, y, sin embargo, el nombre de la relojera no aparece por ninguna parte. Incluso Andrés Cheminade, el director del alojamiento, dice que el objetivo de la firma no es ganar dinero con él, a pesar de que un limpiador de habitaciones cobra 4.100 francos suizos al mes (unos 4.200 euros), señala. «Los dueños pidieron que nos dieran cuatro estrellas, y no cinco, porque querían que el hotel estuviera abierto a todo el mundo. El espíritu de compartir de los primeros relojeros que pasaron por aquí sigue vivo».

En el Hôtel des Horlogers se hospedan los directivos de muchas enseñas de relojes del Valle. Logísticamente, resulta muy interesante para su propietaria, porque sus clientes se alojan en él (todos pagando, dice su director) cuando visitan la sede de la compañía o el cercano Museo-taller de Audemars Piguet, también obra de Bjarke Ingels. De esta forma, no se quedan en Ginebra y recorren la región en la que la relojera hunde sus raíces. Una vez, un cliente que pernoctó con su familia en el hotel tuvo una experiencia tan placentera en él que se sintió fuerte y compró relojes Audemars Piguet por un valor de 12 millones de euros. Quizás él no pagara la estancia, después de todo.

El hotel se funde con el paisaje. Y, a su vez, la naturaleza circundante se cuela dentro. Nada más entrar uno se topa con una raíces de árboles colgadas del techo que contrastan con la gran cristalera de la fachada. El original mueble de la recepción está inspirado en los fósiles, y las zapatillas desechables son biodegradables, como las cápsulas del café. Las moquetas están pegadas al suelo sin solventes, las flores no están cortadas, son bulbos. Y el colmo ecorresponsable: cada lápiz de cada habitación se puede plantar, porque termina en una cápsula que se deshace y libera semillas de romero.

En sus dos restaurantes y en el bar, más que productos de kilómetro cero se sirven ingredientes de metro cero, porque la meta es reducir la huella de carbono y participar en la economía local. El hotel se surte de su propio huerto de frutas, verduras y hierbas aromáticas. El bar despacha licores y cervezas de productores próximos (y las coca-colas con hielos, algo que paradójicamente escasea en un país tan frío). Y el pan lo elaboran en el mismo hotel.

Un chef triestrellado

Dada la construcción del edificio, nadie duerme encima de tu cabeza, y las habitaciones, todas con vistas al verde reventón del bosque (o al manto blanco si ha nevado), quedan insonorizadas. Tanto, que tuvieron que colocar una antena de wifi en cada estancia.

«Hay gente que viene por la arquitectura, hay gente que ha venido y luego se ha llevado varios relojes, hay gente que viene por la gastronomía, porque el que diseña los platos [el triestrellado chef francés Emmanuel Renaut] es un crack. Los hay que vienen para desconectar, y para conectarse con la naturaleza», comenta Andrés Cheminade. El entorno, con un lago con su observatorio de aves, circuitos para la bicicleta y zonas de esquí, lo merece.

Un último detalle: curiosamente, en este confortable establecimiento se vende todo, desde las sábanas al pan, las champaneras y las camas (han entregado ya tres). Porque cuando se duerme como en este hotel, con vistas a una idílica escena suiza, uno se lo llevaría todo a casa.

Más detalles

HÔTEL DES HORLOGERS

  • Dirección: Route de France, 8. Le Brassus (Suiza)
  • Nº de estrellas: 4 superior
  • Nº de habitaciones: 50
  • Servicios: spa, bar, dos salones para seminarios, biblioteca, dos restaurantes, bar
  • Precio: entre 350 y 2.500 francos suizos