Teresa Perales (Zaragoza, 1975) es nadadora paralímpica y se va convirtiendo en una personalidad pública a través de sus conferencias, sus libros, sus apariciones y colaboraciones en medios. 2021 ha sido un año dulce, a pesar de algunos obstáculos que se la han ido interponiendo y que Perales ha ido sorteando con honda tenacidad y algo de buena fortuna. Ha conseguido una medalla de plata en los Juegos Paralímpicos de Tokio y le han concedido el Premio Princesa de Asturias de los Deportes. Le gusta afrontar la vida con una sonrisa, y la vida también le sonríe. El dinero va y viene.
¿Qué tal se lleva con el dinero?
Me gusta mucho. Te puedo decir que es una relación muy amigable, al menos por mi parte, no sé si tanto por la suya. Él no me quiere tanto. Y hace falta dinero para hacer muchas cosas. Me gustaría tener más dinero.
¿Y a quién no?
Pero, ojo, me gusta el dinero, pero no dejo de hacer cosas por causa del dinero. Si me apetece participar en un evento o conferencia en el que pagan poco, o si es por una buena causa, lo hago de todas formas.
¿Qué haría si tuviera más dinero?
Mi gran proyecto ahora es montar una fundación. Pero soy una nadadora paralímpica, no tengo ingresos por publicidad como para invertir 30.000 euros en crearla. En España no hay una Ley de Mecenazgo que promueva el patrocinio deportivo y no hay tradición de patrocinar a deportistas paralímpicos.
Tiene 90 medallas, 27 de ellas paralímpicas. ¿Son valiosas económicamente?
No sé si son objetos valiosos. La mayoría no deben ni llevar oro, o ir sólo chapadas. Recuerdo las de Pekín, preciosas, que llevaban metal y piedra de jade. El color de la piedra cambiaba según el metal. El oro con jade blanco, la plata con gris y bronce con verde.
Deben ser muy valiosas. ¿Ha pensado en empeñar sus medallas para conseguir algo de cash? Quizás así pueda montar su fundación.
No. No sé ni dónde podría empeñarlas…
Igual las podría vender en eBay o Wallapop.
Claro… Bueno, el año pasado estuve a punto de ceder una para una subasta benéfica. Pero luego, con mi marido, pensamos que igual la compraban por 25 euros y no era plan. Así funcionan las pujas. No podíamos arriesgarnos. Al final el valor de las medallas es emocional más que económico.
Inteligencia emocional
¿Una fundación para qué?
Por una parte, quiero crear una pequeña escuela de inteligencia emocional itinerante para niños entre 12 y 16 años, que es algo que no se enseña en los colegios. Estamos criando a niños que no saben gestionar su mundo emocional, como todas las generaciones anteriores. En otros países sí que se cubre esta área.
¿Y en el ámbito deportivo?
Esa es la otra parte: en este país tenemos la creencia de que una persona con discapacidad sólo puede entrenar con otras iguales. Hay que sensibilizar para que los clubes abran secciones de deporte adaptado, para acabar con esta segregación. En pocos años, discapacitados y no discapacitados podrán competir juntos en campeonatos nacionales: es absurdo que en la base estemos separados.
Ha dicho usted que, si alguien es discapacitado y no tiene dinero, es un ciudadano de segunda.
¿Eso lo he dicho yo…? Bueno, es que es así. Para acceder al material ortoprotésico es importante tener dinero, no todo el mundo tiene acceso y las ayudas estatales son limitadas. Un coche adaptado es caro, igual que reformar una vivienda para que permita el paso de la silla de ruedas. Las comunidades de vecinos muchas veces no quieren colaboras en hacer obras en los portales. En fin, una persona discapacitada es muy sensible a la falta de dinero, su calidad de vida depende mucho de lo económico. Son gastos que no se eligen.
¿Cómo consigue el dinero una deportista?
Yo tengo dos vías de ingresos principales. Una es la beca deportiva del Consejo Superior de Deportes, cuyo requisito es ganar medallas, de modo que igual que viene se va. Eso añade una presión extra a la competición que algunas veces viene bien, pero otras veces viene mal. Si en el próximo Mundial no gano medalla, al día siguiente desaparece la beca, lo cual supone un estrés muy grande. Cuando una gana, una parte de la alegría es por el dinero de la beca. Además, cada medalla de los Juegos tiene un premio económico. En Pekín, una de oro eran 94.000 euros, de plata 48.000 y bronce 30.000, pero cambia según el año.
¿Y la otra vía de ingresos?
Pues la obtengo de mi trabajo dando conferencias motivacionales y participando en eventos. También tengo espónsores, pero casi todos son en especie.
Usted invirtió dinero familiar para su carrera.
Mi primer trabajo, cuando acabé la carrera y vivía con mi madre, fue para comprarme bañadores. No podía ser que mi familia, que era humilde, tuviera que pagarme eso. Luego he invertido mucho dinero de mi familia, por ejemplo, para ir a competiciones, hasta que he conseguido espónsores y becas. Lo que es peor, he invertido mucho tiempo familiar. Y creo que el tiempo es más valioso que el dinero.
La realización personal
En su faceta de conferenciante habla del éxito. ¿Es correcto asociarlo al dinero?
No mucho: yo creo que el éxito es sentirte orgulloso de lo que has hecho. Yo he ganado medallas con las que no he estado satisfecha, porque quizás era una marca peor que la que buscaba, y no las he considerado un éxito. No estaba orgullosa. El éxito tiene que ver más con la realización personal que con el dinero, al menos en mi caso, sé que no siempre es así.
¿Por qué hay tanta demanda de este tipo de charlas?
Necesitamos referentes, conocer historias reales. Por eso triunfan las charlas, se buscan historias únicas, de gente normal, como yo, que ha conseguido cosas.
La demanda es sobre todo del mundo de la empresa, ¿no?
El 98% de las que doy son en empresas, desde grandes multinacionales a empresas pequeñitas. Cuando la crisis que se inició en 2008 empezó a provocar EREs me llamaban para levantar un poco el ánimo, en la pandemia ha sido parecido, pero por videoconferencia.
No sé mucho de la jerga de la empresa, aunque me he formado en coaching ejecutivo e inteligencia emocional, pero cuento mi historia, esperando que mi vivencia pueda servir. Me gusta provocar un clic en el cerebro, para animar a la gente a que sea valiente, a que tome las riendas y a que, si necesitan tomarse un descanso, se lo tomen.
Por cierto, ¿qué se oye cuando se nada en una competición?
A veces nada y a veces un buen griterío: silencio y jaleo del público, silencio y jaleo del público, según sacas y metes la cabeza del agua. Ni siquiera sabes a qué nadador están animando, pero te animas igual. Es muy divertido. Este año fue todo silencio.
No ha sido lo mismo.
Falta el calor, mirar a la grada y ver a mi familia que me acompaña. Fue complicado para todos los deportistas, por culpa del virus. En la piscina era muy raro nadar sin oír al público.