Llegar a la moda es fácil. Mantenerse en ella puede que también. Marcharse de la industria siendo icono innato de su historia sólo es apto para unas pocas. Jane Birkin (1946, Londres – 2023, París) fue una de las pocas afortunadas que abandonan la vida terrenal con esa distinción en su biografía.
Fallecida a los 76 años, la retrospectiva que ahora puede hacerse de esta francobritánica que se ha marchado tan sólo un año después de presentar tu último trabajo musical, contiene tantas luces como sombras. Su figura siempre se ha vinculado en partes iguales al de una figura afortunada por su fama como condenada por el mismo motivo. Ella mismo lo dejó entrever en Diarios, 1957-1982, donde se puede descubrir a una Jane sumida en un universo interior errático y caprichoso, con una vida movida únicamente por el vaivén del éxito.
En su historial no sólo encontramos ser la musa de una y otra marca de moda –gracias muy probablemente a una mente demasiado liberal como para seguir clichés culturales y de estilo–, también un sinfín de películas y discos igual de valiosos que su forma de entender la moda. Su obra va mucho más allá de cualquier disciplina artística a la que se dedicó. Fue pareja artística y sentimental del también cantante y actor Serge Gainsbourg, objetivo de la prensa internacional de los años sesenta, musa incipiente del cine francés en sus años más picarones y estilo indiscutible de la moda de ayer y de hoy. Prueba de esto último es el icono de marca de Hermès: un bolso cómodo pero elegante que lleva su nombre.
Pero la pregunta es simple: ¿por qué Hermès le puso el nombre de Jane Birkin al que ahora es el bolso más caro del mundo?
La razón incluye tres ingredientes: la desesperación de una madre al no conseguir frenar el revoloteo de sus hijos, un avión y un director creativo. Así comenzó a cobrar forma el bolso más caro del mundo, a varios miles de metros de altura. De este primer borrador fueron testigos y parte activa Jane Birkin y Jean-Louis Dumas durante un vuelo. Ella intentaba tranquilizar a sus hijos entrando y sacando cosas de un bolso que pudiera mantenerlos entretenidos y él observaba la escena con atención. La conclusión a la que llegó Jane y que comentó al por entonces director creativo de Hermès –y en es momento su compañero de vuelo– fue que tener un bolso pequeño no es compatible con tener dos niños de corta edad.
El encuentro tuvo lugar en 1984 y continuó en los talleres franceses de la Maison, donde terminó de fraguarse el bolso más deseado hasta la fecha: práctico, amplio, cómodo y elegante. Conceptos hermanos inconcebibles por entonces. Dumas y Hermès sentaron las bases de la lectura que inmediatamente haría la industria de la moda: el estilo no debe de ser incompatible con la funcionalidad. La creación, que se puso en circulación nada más idearse, recibió el nombre de Birkin, en honor a esa madre todoterreno a tantos metros de altura.
Fue un cóctel agitado entre deseo y necesidad lo que hizo de este complemento de moda un icono no sólo de marca, sino de industria. Su exclusividad sigue sujeta a razones económicas de raíces artesanales. Se trata de un bolso personalizable, confeccionado bajo petición y completamente artesanal. Tres requisitos que hacen del bolso Birkin un objetivo de colección difícil de ver.
Jane, que tuvo la oportunidad de llegar a la moda y mantenerse en ella, abandona el terreno con el honor de haber dado su nombre a un bolso de altura. O mejor dicho, a un icono. Porque no es un bolso, es un Birkin.