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Cruz Sánchez de Lara: «No quiero caer en esa trampa que nos tienden a las mujeres de ser jóvenes siempre»

Fotografía: Jaime Partearroyo


Mil palabras. Eso fue lo que escribió del tirón Cruz Sánchez de Lara (Almería, 1972) cuando le propusieron hacer una novela. Mil palabras que, hoy, son las mismas con las que arranca Cazar leones en Escocia (ed. Espasa) la primera aventura como escritora de esta abogada experta en derechos humanos, vicepresidenta en El Español y editora de las secciones de mujeres y sostenibilidad del diario.  

Sin embargo, la literatura, confiesa, es casi una vocación que le acompaña desde niña –ganó su primer premio de relatos con 17 años– aunque la abogacía le ha permitido estar bien entrenada: “Yo no sé si escribo muy bien, eso lo tendrá que decir el público, pero sí que tengo facilidad y lo hago rápido. Llevo toda la vida escribiendo”, explica. “Porque los abogados muchas veces apenas tenemos días para contestar una demanda y eso al final es como contar una historia que, además, ha de ser digerible para el público más exigente”. La diferencia, continúa, es que ahora ha podido hacerlo con la libertad de la ficción: “Para los que hemos sido esclavos de la verdad en el ejercicio del derecho, tener la libertad de contar lo que quieras es un auténtico regalo. Y es tan divertido y tan bonito poder soñar a la vez que escribes, que ya no quiero parar de hacerlo”.  

Cazar leones en Escocia arranca con el fallecimiento de la madre de la protagonista. Ese momento que a todos nos convierte en niños.  

Yo tengo mucho miedo a la muerte de mis padres. Creo que nos preparan para muchas cosas en la vida: para los estudios, el trabajo, los retos… pero la pérdida de tu hilo conductor con el mundo, tu familia, tiene que ser un momento durísimo. Yo creo que no estoy preparada para ello. Por eso, cuando voy a casa de mi madre, siempre le pido comidas que me recuerdan a mi infancia, porque es un poco como despojarte de la gravedad de la vida. Y mientras tienes a tu madre viene muy bien volver a ser niña.

La muerte, sin duda, es uno de los grandes tabúes de la sociedad.

Enterramos fatal. La pandemia, sin embargo, quizá ha cambiado un poco ese miedo a la pérdida y ha cambiado de registro en nuestros idearios. Estos años nos han hecho enfrentarnos a otras realidades, a lo vulnerables que somos, a la fragilidad de la vida. Entre eso y la guerra de Ucrania yo creo que estamos bastante cerca de entender aquello que decían a los emperadores: “Recuerda que eres mortal”.

La memoria de las mujeres

Su novela se teje en torno a la historia de tres mujeres de distintas generaciones y distintas edades. ¿Cuenta lo que somos a través de lo que fueron otras? 

Yo he intentado contar su vida desde los sentimientos, desde la parte que mostraban y la que no. Porque la tercera generación tuvo la suerte de estar preparada por dos generaciones de mujeres que no pudieron vivir su vida como a ellas les hubiera gustado y ella no era consciente de la libertad que tenía hasta que en la herencia de su madre tuvo que descubrir la realidad de las mujeres de su familia. Y quizá ella llega a ser libre a través de las historias de ellas.

La libertad y la igualdad se abren paso como un acto de (poética) justicia histórica.

Yo creo en el feminismo como la igualdad de derechos y oportunidades, pero a veces es mucho más fácil explicar las posiciones de igualdad cuando se narran historias de mujeres que no tenían la libertad de decidir en sus vidas, en sus relaciones, en su forma de pensar o de actuar. De modo que la contraposición entre una generación como la nuestra, que tenemos muchísima más libertad, y las anteriores es una fórmula que a mí me resultado muy metafórica para poder afrontar el privilegio que tenemos de vivir en una época más igualitaria. Es de algún modo un homenaje a las que no pudieron disfrutar de ello, aunque queda mucho por hacer.  Por eso creo que el feminismo y la lucha por la igualdad tiene que ser coherente y riguroso. Tenemos que seguir un camino y ser muy prudentes. 

Hay quien piensa que las mujeres a veces somos lobos para nosotras mismas.

Yo creo que la generalidad de las mujeres no competimos entre nosotras: nos ayudamos y nos apoyamos y siempre nos hacemos crecer. La energía entre mujeres es extraordinaria; pero cuando aparece una mujer que compite con las otras pues lo más saludable es alejarse, porque esa nunca te va a poner fácil. Pero creo que afortunadamente –como cuando hablamos de los hombres que no son buenos–, no son la mayoría.

Y a las que parecen estar siempre enfadadas ¿que les diría?  

Que miren para atrás, que sean conscientes y que construyan desde sus privilegios. No todas las mujeres los tienen y hay muchas cosas por las que dar las gracias. Y porque cuando gritas permanentemente nadie te escucha.

«A las mujeres nos da miedo no estar a la altura de las expectativas ajenas»

La novela también gira en torno al miedo. ¿Qué asusta a las mujeres?

Yo creo que a cada uno le da miedo algo, pero en general creo que todas tenemos un sesgo común de híper responsabilidad y autoexigencia. Creo que nos da miedo no estar a la altura de las expectativas ajenas y esto tiene un componente educacional.

¿Ha sentido alguna vez el síndrome de la impostora?

Muchas. Hay un libro que me encanta que es Una historia personal, de la periodista y editora de The Washington Post Catherine Graham,  porque define perfectamente lo que todas hemos sentido alguna vez…  A mí, por ejemplo, me da muchísimo miedo autoengañarme. Ser honesta con una misma es algo que te ayuda a vivir muchísimo mejor y si no lo haces te puede meter unas trampas complicadísimas.

Y luego están las trampas del amor.  

Desde luego. Pero es verdad que las mujeres somos generosas en amor y este tiene un componente de renuncia y exige mucho más que la amistad. Por eso creo que lo que tienes que poner la balanza es que compense, que haya un equilibrio. Pero también creo que nos iría muchísimo mejor si supiéramos poner punto y final a las relaciones el día que terminan. Y que terminen de verdad. Porque en ese proceso de culpa pena en el que nos enroscamos nos hace muchísimo daño.

Portada del libro de la escritora Cruz Sánchez de Lara.

La realidad y la ficción

En la novela también hay una parte lúdica y disfrutona con unos escenarios muy sofisticados. ¿Qué le permite esta ficción de la buena vida?  

Lo primero es que resulta gratis. Yo he conocido a la suite Bernstein [del hotel de Crillon, París] después de escribir la novela, pero cuando entré me di cuenta de que yo había vivido allí mucho tiempo, porque la tenía en la cabeza. Y recurrí a una vida fácil porque me permitía poder hablar de sentimientos, de maternidad, amor, amistad, lealtad o traición sin que nos preocupe nunca la cuenta del banco de la protagonista. Y, aparte, me parece que esa serenidad que permite la ficción nos viene muy bien en un momento lo que la sociedad está sufriendo muchísimo.

Ya tenemos bastante con la realidad.

Hablando del miedo, a mí me preocupa el futuro… Me da mucho miedo que estemos en manos de tan pocas personas con tanto poder. Creo que es un buen momento para jugar con el escudo de la frivolidad y de lo ligerito.

Y disfrutar, como sus personajes.

Mucho. A mí la vida me divierte mucho. Y también hablar de lo que me gusta. De niña veía mucho cine clásico, en blanco y negro, y me encantaba esa manera que tenía Hollywood de hablar sobre lo trascendente, pero donde todo el mundo viste estupendamente y Fred Astaire baila. Me encanta disfrutar de la vida y el ingenio inteligente.

Uno de sus personajes dice: “Eres su memoria, hazle trascender, eres su altavoz”… ¿En eso consiste escribir un libro?

Consiste en que tus muertos vivan. Pero creo que la verdadera forma de trascender está en lo que recordarán de nosotros las personas que nos quisieron. Más allá de aquellos que aparecerán en los libros de historia, lo importante va a ser lo que alguien un día cuente de ti.

«No quiero envejecer pareciendo que tengo 20 años, sino como una persona que ha vivido y disfrutado mucho»

Usted está a punto de cumplir ‘esa cierta edad’: los 50.

Lo que pasa que yo me pongo años: ¡llevo cumpliendo 50 siete años!… No tengo ningún problema con la edad ni con que me traten como si fuera una persona mayor. No quiero envejecer pareciendo que tengo 20 años, sino como una persona que ha vivido y disfrutado mucho. No quiero caer en esa trampa que nos tienden a las mujeres de que tenemos que ser jóvenes permanentemente, quiero crecer con un físico acorde a mi edad y de manera armónica.

Por eso ahora defiendo mucho la literatura: es un tránsito hacia la vejez buenísimo, porque mientras la cabeza te funcione sólo necesitas tu imaginación y un ordenador. Y este libro para mí no busca un espacio entre las estrellas de la literatura, es la búsqueda de un público que me permita seguir escribiendo cuando sea mayor.

Pero usted no para, sigue escribiendo y… sigue estudiando. Está haciendo un Master en derecho internacional y derechos humanos. 

Me gradúo en un mes en Washington y ha sido un esfuerzo brutal. Pero no puedo evitarlo, me apasionan los retos. Tengo mucha constancia y determinación. Y me divierte trabajar. Y escribir, me encanta. Desde pequeñita he leído mucho y lo disfruto con pasión y mucha ilusión. Además, escribo para no pensar en nada, a mí me sirve para liberar mi mente de todo, es un momento íntimo de creación. Mi vida ya la vivo, así que cuando escribo, prefiero contar la de otros.